El cociente intelectual ya no sirve como única herramienta para evaluar la inteligencia. La capacidad de adaptación y la creatividad piden paso.
Los psicólogos y neurocientíficos del siglo XXI vuelven a la idea originaria de Darwin demostrando que ser inteligente es la capacidad de adaptarse al entorno de la forma más eficaz. Esa capacidad varía según el contexto, e implica flexibilidad en situaciones muy diferentes.
Hay personas que son inteligentes y se adaptan con facilidad y flexibilidad a ciertos contextos, y en cambio, en otros tienen grandes dificultades.
En un mundo tan complejo como el nuestro, se necesitan habilidades más específicas que las reflejadas en el cociente intelectual , por lo que poco a poco se incluyen otros tipos de inteligencia.
Alrededor de los años setenta, algunos estudios demostraron que no estaba garantizado que las personas que conseguían los mejores trabajos fuesen las que tenían mayor inteligencia abstracta. A partir de ahí, la complejidad del mundo laboral no se vincula tanto a tareas cognitivas, sino a las relacionadas con la gestión de las propias emociones, el estrés, la ansiedad y la capacidad de regular las interacciones sociales en relación con las personas. Lo que marca la diferencia de una persona brillante en el ámbito laboral no es su inteligencia clásica, sino este extra que se refiere a otro tipo de inteligencia.
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